viernes, 7 de noviembre de 2014

Las conchas que querían ser estrellas


Las conchas que quisieron ser estrellas
(Basado en Las conchas que quisieron ser estrellas de Ana Mª Sánchez y Guadalupe Sánchez)

Las        que 
                  


    Una noche hace mucho, mucho tiempo en el Océano  Atlántico bajó tanto la marea que las conchas y las caracolas se quedaron fuera del agua. Sintieron como la suave brisa del mar les hacía cosquillas. Asombradas abrieron los ojos y contemplaron las estrellas. Al verlas tan brillantes desearon convertirse en estrellas.
No sabían cómo conseguirlo y decidieron seguir las huellas que los pájaros habían dejado en la arena de la playa. Llegaron a unas rocas y vieron que desde allí los pájaros emprendían el vuelo. Se quedaron muy tristes, ahora ya no veían las huellas que dejaban en el aire.
La concha más grande dijo sorprendida –¡Glu, glu, glu, glú! Amigas, probad este agua. No está salada.
Un pájaro que pasaba por allí les explicó que estaban en el río Duero, y que el agua de los ríos no es salada. Decidieron seguir aquel camino de agua llamado río Duero. Tal vez encontrarían la forma de subir a las alturas y convertirse en estrellas muy brillantes. 

                           


Nada que te nada, sintieron algo extraño. El río Duero hizo un remolino, y comenzó a hacerse más estrecho. Descansaron un poquito, y un pájaro les contó que ahora estaban en el río Tormes, que es un hijo del río Duero. Muy emocionadas con todo lo que estaban aprendiendo decidieron continuar. Y nada que nada siguieron su camino por el río Tormes.  

                           





¡Estaban agotadas! Se pararon a descansar. Al amanecer vieron como la torre de la catedral se reflejaba en el río Tormes. 
-¡Glu, glu, glu, glú! ¡Qué alta! Seguro que desde allí podríamos llegar al cielo y convertirnos en estrellas –dijeron todas. Pensaban cómo podrían conseguir dar un salto y subir y subir hasta el cielo. Cuando de repente oyeron un ruido extraño, que nunca habían escuchado antes.

-¡Croac, croac, croac! ¡Buenos días, señoras conchas! ¿De dónde venís? ¿Adónde vais? ¿Os puedo ayudar?

-¡Glu, glu, glu, glú! ¡Buenos días! Respondieron las conchas un poco extrañadas. -Venimos del Océano Atlántico y buscamos la manera de subir hasta las estrellas.
-¡Croac, croac, croac! Sed bien venidas. Os encontráis en la  ilustre y noble ciudad de Salamanca. Yo soy Rana, la famosa rana de la Universidad. -¡Croac, croac, croac! Si queréis os puedo enseñar mi ciudad y buscar en los libros cómo podéis convertiros en estrellas.
-¡Glu, glu, glu, glú! ¡Sí, sí! -contestaron muy contentas todas a la vez. -Iremos contigo.
                    
       


Rana y las conchas dieron un gran salto, estaban en el puente romano sobre el río Tormes.
Rana se detuvo a saludar a su amigo el toro Verraco, y le presentó a sus nuevas amigas. Berraco, el toro, escuchó encantado la historia de aquellas conchas que habían abandonado el océano Atlántico, y remontado el río Duero y el río Tormes hasta llegar a la Ciudad de Salamanca porque querían ser estrellas.


-¡Muu, Muu! ¡Sois muy valientes! –dijo Verraco. Os acompañaré a dar un paseo por la ciudad.
-¡Croac, croac!¡Vamos todos! Subieron por la calle Tentenecio, siguieron por la calle La Rúa, hasta llegar a la Plaza Mayor.









Las conchas se quedaron boquiabiertas, -¡Glu, glu, glu, glú!¡Qué grande! ¡Parece un cuadrado enorme! – comentaban. -¡Glu, glu, glu, glú! ¡Cuantos balcones! ¡Cuánta gente!

Rana y Verraco se lo explicaron todo con mucho detalle. Las conchas les daban las gracias, pero tenían prisa, querían encontrar la manera de convertirse en estrellas.

-¡Croac, croac! Esperad un poco –les dijo Rana-, permitidme que os muestre mi casa y los habitantes que la adornan. ¡Croac, croac! Allí tengo mis libros y podré leer cómo os puedo ayudar. Mientras llegamos os contaré lo que sucede durante la hora mágica.

-¡Glu, glu, glu, glú! ¿Qué es la hora mágica? –preguntaron  las conchas.

-¡Croac, croac! Es al atardecer. El sol parece que baña de luz todos los monumentos de Salamanca, y la piedra de Villamayor, con la que están construidos, parece que se convierte en oro. Y todas las estatuas toman vida. Por eso la llamo la hora mágica –Respondió Rana

Estaban en la calle Libreros y las conchas se volvieron a quedar anonadadas al ver la fachada de la Universidad.




           


-¡Croac, croac! Allí arriba vivo yo –dijo Rana .
         

De repente Rana trepó hábilmente por una columna y se sentó encima de una calavera. Enseguida toda la fachada apareció iluminada y los seres, que antes permanecían inmóviles comenzaron a desperezarse y a bostezar mientras se saludaban unos a otros, y se preguntaban qué tal habían dormido. Las conchas y Verraco contemplaban  admirados aquel espectáculo en el que los rostros hablaban y reían y se burlaban de los turistas que sólo buscaban a su amiga Rana.

-¡Muuuu! Se hace tarde. Debemos partir –dijo Verraco. Os mostraré un lugar donde podréis descansar antes de emprender de nuevo vuestro viaje.


Fachada de la Universidad (Salamanca)
                                          Rana buscó entre sus libros.


                  Pensó y encontró la solución.

-¡Croac, croac! Esperad –gritó Rana. -¡Croac, croac! Creo que he encontrado la solución en mis libros.

Todos empezaron a caminar y enseguida llegaron a una gran casa.


                             


-¡Muuuu! ¡Croac, croac! En esta casa podéis reposar durante todo el tiempo que os plazca. No vive nadie. Está deshabitada –dijeron Verraco y Rana.

-¡Glu, glu, glu, glú! -Es una casa estupenda –contestaron agradecidas las conchas. 


 

-Descansaremos esta noche y mañana reanudaremos nuestra búsqueda. -¡Queremos ser estrellas!

-¡Muuuu! Yo me voy –se despidió Verraco, -tengo que volver al puente romano. Los turistas me esperan. ¡Rana! Nos vemos otro día!

                                           


Rana explicó a las conchas como trepar por las paredes de la casa, y se sentó en las escaleras de La Clerecía, para ver lo bien que trepaban su amigas las conchas.        


      





                                                   


Las conchas se quedaron enseguida dormidas. Estaban muy cansadas. De repente el sol bañó de luz los muros de la casa.

           


 Todas se despertaron muy emocionadas. Sentían el calor del sol. Unas cosquillas recorrieron todo su cuerpo. Se sentían muy contentas.

-¡Glu, glu, glu, glú!¡Cuánto brillamos! Parecemos estrellas –decían  todas las conchas a la vez muy emocionadas. Ya somos estrellas. ¡Cuánto brillamos!

Las conchas decidieron quedarse a vivir en los muros de la casa. Todas las tarde las baña el sol con su luz dorada y ellas brillan igual que las estrellas.


Las conchas le dieron las gracias a Rana, y volvió a su calavera muy satisfecha de haber ayudado a sus amigas.                   


Y desde ese día esta casa es La Casa de las Conchas. Las conchas viven allí muy felices, y tú y tú y tú podéis ir a verlas brillar al atardecer y comprobar como se convierten en estrellas.

                            
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